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Las abejas son visitantes florales obligados porque necesitan néctar para el mantenimiento de los adultos y polen para alimentar a sus larvas. La anatomía de sus cuerpos y ciertas pautas de comportamiento especializado les permiten ser muy eficientes en la recolección de polen y néctar, al mismo tiempo que visitan las flores realizan la polinización. La mayoría de las plantas con flores necesitan ser polinizadas mediante la cual se garantiza, la producción de frutos y semillas para la alimentación de los seres humanos y de algunas especies animales. De esta forma, la relación entre las abejas y las plantas es de mutua cooperación, las plantas proporcionan polen, néctar y sitios para anidación a las abejas y éstas las recompensan a través del proceso de polinización (Baquero y Stamatti 2007)
Uno de los compromisos de los representantes de todos los continentes que asistieron a la reunión de Río de Janeiro es mantener la diversidad de la vida. Y el grupo de organismos llamados por Buchmann y Nabham (1996) “polinizadores olvidados” está necesitando urgentemente que se tomen medidas para protegerlos. ¿Por qué hacerlo? Porque la supervivencia del resto del mundo depende de ellos. Con la agricultura masiva, la deforestación, el desarrollo urbano en regiones antes silvestres, los polinizadores han visto disminuidas sus poblaciones al no encontrar recursos alimenticios, sitios de nidificación y recursos para hacer sus nidos. Con la disminución de los polinizadores naturales, causada por el aumento en la destrucción del ambiente, se da la disminución de las especies de plantas a las cuales polinizan. Los principales polinizadores están agrupados en cuatro órdenes de insectos: Hymenoptera (abejas, avispas, hormigas), Diptera (moscas, mosquitos), Lepidoptera (polillas y mariposas) y Coleoptera (abejones, cucarrones); entre ellos, las abejas desempeñan un papel preponderante
Está íntimamente relacionada con la biología floral de la planta y el comportamiento de forrajeo del animal. De cualquier visitante floral está íntimamente relacionada con la biología floral de la planta y el comportamiento de forrajeo del animal. Durante millones de años las flores desarrollaron mecanismos con pétalos de colores, olores y recompensas de néctar, polen, esencias y aceites para atraer otros organismos y obtener la polinización. Sin embargo, no todo visitante floral es un polinizador eficiente.
Para que una especie animal cualquiera pueda ser catalogada como buen polinizador de una especie vegetal particular, tiene que cumplir ciertos requisitos (Freitas 1998a):
Las abejas cumplen con estos requisitos dado que son atraídas naturalmente a las flores por sus colores y olores y muchas de ellas mantienen su constancia floral.
Hay abejas de tamaños diversos y con adaptaciones morfológicas (presencia de escopas o corbículas y pelos plumosos o ramificados en diferentes partes del cuerpo) y de comportamiento (forrajeo por zumbido: las abejas utilizan los músculos indirectos del vuelo, localizados en el tórax, para hacer vibrar su cuerpo y de esta manera transmitir el movimiento a las anteras de plantas que expulsan el polen a través de un poro apical) que les permiten estar en contacto con el polen, removerlo y traspasarlo de una flor a otra, facilitando así el proceso de polinización.
En la actualidad la contaminación ambiental y el deterioro de los ecosistemas requieren valorarse de manera rápida y eficiente, una herramienta efectiva para ello es el uso de grupos biológicos que funcionen como bioindicadores. Entre los insectos, las abejas, además de ser especies claves en los ecosistemas y brindar el servicio ecológico de la polinización, son sensibles a las perturbaciones naturales y a las causadas por actividades humanas; por ello tienen especial importancia en la valoración de los ecosistemas y la calidad ambiental.
Las abejas que presentan un comportamiento social y que dependen de condiciones particulares para hacer sus nidos pueden ser indicadoras del deterioro de un hábitat, por la pérdida de sus sitios de nidificación. Las abejas del género Melipona son muy susceptibles a las modificaciones ambientales, tanto que comienzan a ser utilizadas como indicadores de alteraciones en el medio ambiente (Brown y Albrecht 2001).
De manera general, se reconocen tres principales tipos de bioindicadores: los ambientales, los ecológicos y los de diversidad. De acuerdo con Samways et al. (2010) las abejas han sido usadas como bioindicadores principalmente ecológicos y ambientales. Las abejas como bioindicadores ecológicos son especies o grupos de especies que muestran los efectos de los cambios ambientales como la alteración del hábitat, la fragmentación o el cambio climático. Las abejas como bioindicadores ambientales, responden predictivamente de manera observable y cuantificable a perturbaciones o a cambios en el estado del ambiente. Así, la riqueza y diversidad de abejas han sido usadas para evaluar los efectos de las perturbaciones en el hábitat.
En comparación con A. mellifera, las abejas silvestres no-Apis son desconocidas en nuestro medio. Sus hábitos de nidificación, comportamiento reproductivo, hábitos de forrajeo, defensa y asociación con otros organismos son algunos de los campos en los cuales se deben iniciar trabajos de investigación. Algunos grupos de abejas silvestres producen y utilizan sustancias químicas de muchas formas; por ejemplo, sintetizan compuestos para construir sus nidos, sintetizan alimentos para sus crías y se comunican mediante señales químicas (feromonas).
De interés para el ser humano es la regulación del comportamiento social mediante feromonas en abejas y termitas; la producción de seda y miel; la producción de venenos por abejas, avispas y hormigas; y el uso de atrayentes sexuales sintéticos para interrumpir los ciclos reproductivos de especies perjudiciales.